jueves, 27 de septiembre de 2007

Cosas de dos

Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.


DOCE, Oliverio Girondo

martes, 18 de septiembre de 2007

París, 1894

No era nada especial, pero le tenía aprecio. Eran ya muchos años juntos y creía que no sería capaz de pasar un invierno sin él. Quizás por eso lo metí en mi maleta en el último momento. De haber sabido cómo iban a acabar las cosas seguramente lo hubiera dejado en el segundo cajón del gran armario de madera que había heredado recientemente.

Sólo llevaba tres días en París y ya me había cansado de deambular bajo el frío y la niebla. Me metí en el café que hay en la Rue Goden, cerca de Montmatre. Pedí un te caliente, deseando que me calentara el cuerpo y la mente. Miré por la ventana y suspiré, en un intento de evasión. En ese pequeño momento de despiste, un individuo particularmente extraño se sentó en mi mesa. Sacó un lápiz de mina gorda y empezó a trazar líneas en su libreta. Me quedé mirándolo fijamente. Era un hombre muy bajito, de pierna corta. Iba vestido de negro, con un chaqué que le llegaba a la rodilla, lo que daba una imagen aún más esperpéntica. Sobre la impoluta camisa blanca se adivinaba una corbata roja, oculta tras una espesa larga barba que bien podría haber pertenecido a un respetable rabino.

Mientras sus pequeños ojos vivos, curiosos, me escudriñaban con movimientos rápidos, intenté mantener la compostura como pude, pues quería aparentar un ciudadano parisino. Era un personaje curioso, que desprendía un fuerte olor a ese líquido verde que estaba de moda entre los bohemios de la época. No recuerdo muy bien su nombre, pero la gente lo bebía con un terrón de azúcar, que previamente había sido disuelto por efecto del fuego y todo ello rebajado con agua. Si sabía este tipo de curiosidades era gracias a lengua viperina de mi amigo Gaugin, que pese a ser un hombre de provincias estaba al corriente de los nuevas costumbres de la sociedad parisina.

Tras varios eternos minutos, el diminuto hombrecillo se levantó, me sonrió, dejó el dibujo en la mesa y sin mediar palabra, como si previamente ya hubiéramos llegado a un acuerdo tácito, se lo llevó. No era nada especial, pero le tenía aprecio. Eran ya muchos años juntos y creía que no sería capaz de pasar un invierno sin él. Me quedé sin mi sombrero de hongo, en el que según los expertos en cafés, cabarets y bares nocturnos, fue el invierno más frío de París de los últimos 50 años.

Perdí mi querido sombrero, pero años más tarde, una noche en el Moulin Rouge, comprendí que con Toulouse Lautrec sobraban las palabras y que gracias a él gané la eternidad.


jueves, 13 de septiembre de 2007

Si Karl Marx levantara la cabeza

Me siento atrapada en mi propia vida: quiero disfrutar de mí tiempo pero me veo prisionera en un mundo laboral, en un proyecto que no es ni tan siquiera mío pero que resulta que tengo que defender a capa y espada.

No puedo disfrutar del día a día porque tengo que estar encerrada “produciendo” para un sistema capitalista que sólo apesta. Estamos tan manipulados que no nos damos ni cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor. El sistema nos va jodiendo poco a poco, pero no demasiado. Jode siempre hasta el límite, y ahí se para, porque la mano invisible sabe que si se excede el chiringuito se va al garete. Por eso los fines de semana, por eso las vacaciones, por eso las ONG, por eso la ayuda social, por eso el Estado del Bienestar con el desempleo, las pensiones…Todo por la producción: cuidar al ser humano para que produzca más y más. Explotación del sur del planeta a la vez que se mandan recursos y ayudas…Brillante paradoja sistemática en la que hemos ido a caer.

La alienación del ser humano, la plusvalua….Nada ha cambiado un siglo y medio después. Se va reproduciendo el modelo generación tras generación. Marx diagnosticó los efectos que produce el capitalismo en el trabajo:

¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a si mismo, sino a otro. (...) Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.

Y el mal endémico no es el trabajo, sino el sistema. Y yo me pregunto: ¿Hasta cuando?


Firmado: Proletaria del S. XXI

martes, 4 de septiembre de 2007

It's raining again

Quizás fue debido a un exceso de café o un hartón de horas de estudio, pero el día antes del exámen no conseguí dormirme hasta dos horas después de haberme metido en la cama. Vueltas, vueltas y más vueltas. Vaso de agua. Intento de rayuela. Un capítulo. Recoloco la almohada. Vuelvo a intentarlo. Mensaje en el móvil (me desconcentro todavía más). Apago la luz. Intento de visualización de quadrípedos lanudos. Los encuentro: 100-99-98-97-96-95......y en pleno proceso de cuenta atrás apareció:





Hacía tanto tiempo que no me visitaba que apenas me acordaba de él. Poco a poco, me fui dando cuenta que venía del pasado....No nos llevamos muy bien al principio, pero ahora, quizás por un ataque de nostalgia de peluche propia de los veintitantos, le miro con cariño y creo que le voy a dar otra oportunidad. Poco sé de él, se llama Zimbo, pero desconozco sus aficiones y manías. Supongo que será cuestión de darle tiempo al tiempo y ver de qué pie calza, pero seguro que es buena gente. Quizás un poco travieso pero que le vamos a hacer, es un monstruito.


It's raining again. Id con cuidado, en cualquier momento os puede llover a vosotros también.


Buena suerte!