Hace ya bastantes años, cuando el concepto friki no estaba tan extendido y era más bien una palabra marginal, usada únicamente para referirse a los seguidores asiduos de la Guerra de las Galaxias, mi padre, en una de esas comidas familiares que duraban aproximadamente un lustro, así, sin más, me preguntó que era un friki. Le contesté vagamente: - un tío raro que viste cutre. Y me quede tan ancha. Era una buena respuesta teniendo en cuenta las tendencias pijainas que por aquél entonces abanderaba.
Seguramente mi padre ya habrá olvidado esa conversación, como otras tantas conversaciones banales que tienen lugar en la sobremesa de casa de los padres cuando tienes esa edad en la que sólo quieres estar en tu galaxia, al margen de cualquier comentario que conlleve la asunción de algún tipo de responsabilidad que te pueda acercar a los límites del universo adulto. El caso es que por aquél entonces, más preocupada por las discotecas que otra cosa, poco sospechaba cómo se desarrollarían los acontecimientos en los años venideros.
Y cómo muestra, un botón.
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