miércoles, 14 de marzo de 2007

Una contribución

Siempre me ha gustado más insinuar que enseñar, dar a entender las cosas de forma sutil, indicándolas o apuntándolas ligeramente. Y no me refiero a ir con segundas, que dicho sea de paso no lo soporto, sino simplemente darle un toque Carolain a la realidad. Y digo esto porque tiene que ver con el blog de hoy.

Un amigo invisible me ha regalado un relato. Se trata de una descripción de un personaje que una vez se cruzó en un bar y que se ha ido encontrando en posteriores ocasiones. Es un escrito muy bueno, en el que el autor, que ha preferido mantenerse en el anonimato, consigue transportarte de lleno al momento que vivió, transcribiendo sus pensamientos y sensaciones de forma que consigue evadirte desde el inicio de la lectura hasta el fin.

Volviendo al tema de la sutileza, he preferido colgar un extracto del texto, en sintonía con mi forma de ser. Por ello, espero que el autor entienda el recorte producido en el escrito.

Así que el blog de hoy se lo dedico a ese amigo invisible con el que he tenido la suerte de compartir grandes momentos de risas, tontunas, locuras y muchas complicidades. (Taaantos recuerdos!)

Va por ti ;-)


Café en el bar

Ahí está. El pelo corto moreno cae ante la frente, brillante, grasa de luces. Las gafas oscuras, enormes, cuadradas y la nariz grande, insultante. La boca se cierra pequeña ante las letras, como las cejas, que parecen retener cada frase. El libro, vertical sobre la mesa, aparece grande. Títulos cortos, sustantivos de gloria. Huele a viejo la chaqueta morada y los pantalones negros. Sabe amargo el cuello afeitado, blanco. Los pies, como dejados ir, arrastrados, quietos en aquellos zapatos sin caja, de números perdidos.
Sienta sola su carpeta a su izquierda, junto a él y frente al resto de las mesas del bar. La sien parece cana de brillos. El pelo se esconde en la nuca, viajando hacia el centro, coleteando mechones, tizna de duchas infrecuentes.
Huele a locura, esquizofrenia de sentidos y manos que tiemblan, solo para sorprender. El libro está cada vez más vertical, el título va a salir disparado hacia ningún sitio. Sus ojos se levantan de las gafas, disimulos que buscan otros. Otros que siempre aparecen justo después de esconder los suyos y que no regresan, que vacilan dientes blancos y portan azules carpetas debajo del brazo.

El tiempo sobrevuela su inmenso cráneo, entre vidrieras de paciencia y sombra. Alguien le verá, alguien apartará su carpeta para sentarse a su lado. Alguien le preguntará porqué existe. Nadie.

Y su mente se traslada a cualquier mesa, conversando con cualquiera. Su carpeta se vuelve más azul, la más azul, mosquitos de sonrisas que le mueven los labios. Habla solo y a veces mueve la boca.
Fuera transcurre todo entre césped y colillas apartadas a patadas. Fuera gotea el mundo palabras.

1 comentario:

Hank dijo...

El relato podría titularse "Café en el bar de Derecho", y el autor, por mucho que no quiera, emerge de entre las líneas, deándose ver al mundo.

Quizás fueran ellos, y no él, los que se trasladaban a su mesa, en busca de una conversación cualquiera.