Un lunes de primavera en la plaza del sol da mucho de si. Empiezas comentando lo que te ha pasado en ese tan esperado día de la semana y acabas arreglando el mundo. Me gusta la “filosofía barata”, la auténtica filosofía de bar.
Esta semana Cris y yo tuvimos la combinación perfecta para filosofar. Plaza del sol, una cervecita y como siempre, una buena dosis de complicidad. De ese encuentro surgió un pequeño cuento, con el Sr. Alfredo como protagonista. Vaya por delante que como todos los cuentos cortos tiene su moraleja, a pesar de que en este caso pueda tener varias, en función de que gafas te pongas para leerlo.
Cris, el blog de hoy va por ti. Os dejo con el Sr. Alfredo y sus vuelos!
Jaula dorada con cascabeles rojos o el Sr. Alfredo y sus vuelos
Había una vez un pequeño canario que vivía en una gran jaula de oro. Era una jaula preciosa, de color dorado con cascabeles rojos con los que podía entretenerse. Tenía todo a su alcance, pero el Sr. Alfredo no era feliz.
Un día decidió ir en busca de la mejor jaula del mundo. “- Si estoy obligado a vivir enjaulado, lo mejor será que busque una jaula perfecta” pensaba.
Y voló y voló. Descubrió muchos tipos de jaulas. Y continuó volando. Conoció paisajes preciosos.
Y voló y voló.
FIN
2 comentarios:
—¡Papá, papá! —decía
la tierna Rosa, del jardín volviendo—
la jaula que guardaste el otro día
no seguirá vacía,
porque he logrado el nido que estás viendo.
¡Mira qué pajaritos tan pintados!
En esa jaula les pondré su nido;
prodigaré solícitos cuidados
a los que aprisionar he conseguido,
y les daré en constantes ocasiones,
migas de pan, alpiste y cañamones.
Luego la jaula pintaré por fuera
y mandaré que doren su alambrera...
Pero, ¿en qué estás pensando?
¿No me escuchas papá?, ¡te estoy hablando!
—Sí, querida hija mía;
pensaba al escuchar esa querella,
que en la cárcel me han dicho que hay vacía
una celda muy bella...
y que te pienso trasladar a ella.
Como allí el reglamento es algo fuerte,
ni tu mamá ni yo podremos verte;
pero te mandaremos cien brocados
que aumenten tu hermosura,
haré dorar cerrojos y candados,
y de bronce pondré la cerradura.
Pero...¡cómo! ¿Llorando estás por eso?
—Ya no lloro, papá; te he comprendido...
Corro a llevar al árbol este nido.
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